Por Rocio M. Santiago
Una de las mentiras y estigmas de las ciencias exactas, es que están inmersas y desarrolladas por seres duros, sin empatía, enclaustrados en sus laboratorios y sus libros, de figura casi semihumana.
Rosa Montero nos regala en ” La ridícula idea de no volver a verte”, libro publicado por primera vez en el año 2013, para comprender de una forma íntima a una de las científicas favoritas y más conocidas: Marie Curie. Sin duda ya enaltecemos la imagen de Curie como mujer, científica y pionera, no necesitamos entender de radioactividad para apreciar su trabajo y tomarla como una figura de referencia. Es muy probable que, conociendo más de ella, disfrutemos también de nuestra historia y nuestro porvenir, empaticemos con la mujer que fue Curie y reiteremos el valor de su trabajo científico; esa es precisamente la oportunidad que la autora nos ofrece desde su perspectiva, al analizar a Curie en su propio contexto y con un interesante ejercicio para identificar coincidencias con la vida cotidiana y las emociones de la propia autora.
Curie y sus hijas, especialmente la menor, nos permitieron entrar en la mente de esta extraordinaria mujer: la madre al registrar sus memorias y las hijas al compartirlas con el mundo, abordadas de forma particularmente vivencial por Rosa en un contexto actual y con un ejercicio para identificar coincidencias. Varios biógrafos, incluida su propia hija, han entregado trabajos muy valiosos en parte gracias el diario que concibió al morir su esposo —del que entramos fragmentos en el apéndice del libro referido—, entre otros escritos que realizaba como pasatiempo; Rosa nos plantea una reflexión social y personal de Marie como mujer, porque su perfil femenino no puede estar separado de su perfil profesional, y exhibir uno sin el otro, es un panorama incompleto
A Madame Curie se le identifica y asocia con Francia, pero es indispensable conocer su panorama de proveniencia para entender mejor sus motivaciones. Maria Skłodowska nació en 1867 en una Polonia asediada por los rusos —por eso Polonio al elemento que ella identificó—, su deseo de aprender y de hacer algo por los suyos, la impulsó a estudiar en una universidad clandestina conformada en Varsovia, menos sexista que la media europea, hasta que logró salir de su país para continuar sus estudios en Francia, en donde encontró el obstáculo misógino para matricularse y asistir a las aulas, por lo que se le obligaba a tomar clases detrás de una división en el salón, para evitar a los hombres supuestas distracciones.
Altamente comprometidos con la sociedad en general, los Curie decidieron no patentar su método de extraer el radio y ofrecieron muestras gratis de radio a otros científicos. Ella continúo colaborando con la resistencia polaca y la autora nos lo confirma: para poner a salvo la reserva de radio de Francia y evitar que cayera en manos de los alemanes, en 1914 llevó sola el radio en tren de París a Burdeos, una maleta de al menos 20 kilos por los pesados tubos recubiertos de plomo.
La muy experimentada novelista exalta el inmenso amor y respeto que Marie sintió por Pierre. Pocos imaginarían la intensidad y seguridad amorosa que una mujer de imagen tan severa profesaba, además, deseó y sobrellevó valientemente su maternidad, y hasta se entregó al cuidado de su suegro desde antes de la muerte de Pierre.
Afrontó con maestría el machismo que le impidió estudiar —desde su padre hasta catedráticos—, que en un inició le dificultó el reconocimiento como científica y que la sentenció al ser juzgada y culpada. Encontró el apoyo en su esposo, un hombre adelantado a su tiempo en opinión de Montero, pero como también es entendible por su sociedad y tiempo, mostraba otras actitudes típicas de la educación en las mujeres.
Se ha documentado que se sonrojaba al opinar, Rosa sugiere que era parte de una reacción derivada del machismo, renuente a hablar en público, prefería ceder la palabra a su esposo —Rosa no hace esta atrevida sugerencia como crítica, lamento ni desaprobación, sino como justa y posible explicación—.
Crió de forma estricta a sus hijas, la mayor, Irene, también ganaría un Nobel junto con su esposo y estaría sentenciada a la muerte por la radiación. De la menor, Eve, se hace mención de su gran belleza y del cuidado que ella tenía de su aspecto, a diferencia de la madre y hermana mayor que eran más sobrias en su arreglo, situación que le mereció la desaprobación y enojos de su madre por darle tanta importancia a la imagen.
La autora plantea la posibilidad de trastornos alimenticios en Marie, quien se desmayaba por no comer. Muchos podrán pensar que al tener la mente en cosas tan importantes y con un trabajo tan demandante, solo se olvidaba de comer; sea una u otra razón, es un tema para la reflexión al ser un problema persistente que muchos considerarían propio de nuestros tiempos.
Curie era una amante de la actividad física, una ciclista experimentada, afortunadamente, Pierre también lo era y conjugaban sus aficiones fuera del laboratorio. Para su luna de miel, ella y Pierre hicieron el tour de France en bicicleta, pero otra experiencia, trágica, estuvo asociada a su pasión ciclista. Al finalizar su doctorado Marie se encontraba embarazada, y Pierre se había sentido un tanto relegado, por lo que él insistió en una excursión en bicicleta, luego de tres semanas de pedaleo, abortó probablemente por el esfuerzo y la delicadeza de sus embarazos, Rosa piensa: “ese disparate de la bicicleta creo que dice mucho de la manera en que ambos trataban la feminidad de Marie: como si no existiera”; la depresión y culpa fue muy severa.
Pero ninguna de las malas experiencias parece haber igualado la pérdida de su amado esposo.
Como muchos, Marie hacía lo que se debía. A un año de la muerte de Pierre, ella reconocía vivir para sus hijas y su padre, se sentía agotada y reflexionaba acerca de la dulzura de dormirse para no despertar. Ya sufría por la pérdida de un hombre al que amó mucho, y continuaría sufriendo por una relación posterior.
Se le volvió a ver feliz a sus 42 años, Rosa considera que el motivo sería la relación que había iniciado con Paul Langevin —destacado por su labor en la teoría del magnetismo y por su organización del congreso de Solvay— cinco años más joven que ella, ex alumno de Pierre y amigo del matrimonio Curie, era un hombre casado con un importante historial adúltero, pero fue la relación con Curie la que hizo enloquecer a la esposa, Jeanne. La esposa de Paul y su hermana amenazaron a Curie de muerte si no dejaba Francia, pero eso no impidió que lo dejara de ver. Dada la situación, Marie afrontó a Paul: le solicitaba no volver a tener intimidad ni otros hijos con ella.
La relación con Langevin derivó en un severo problema en la Academia, fue nuevamente odiada no solo por ser la polaca migrante, confundida con judía alemana, sino ahora también por no llevar el comportamiento que ‘se juzgaba correcto’. Afortunadamente gozó del apoyo de sus colegas, entre ellos, Einstein. Finalmente, ella misma parece reconocer la debilidad de Langevin para no dar por terminado su matrimonio, porque la ‘dureza’ era cosa de mujeres en palabras de ella misma, como atestigua la autora. Su separación no fue el cierre de esta desdicha, pues años más tarde, luego de divorciarse Langevin y luego regresar con su esposa, embarazó a una de sus alumnas, por lo que acudió a Curie para que le diera trabajo en su laboratorio.
Luego de todos los ataques recibidos por la Academia y la sociedad, fue a recoger su Nobel para dedicarlo a la memoria de Pierre, regresar a casa y finalmente, desplomarse. Su hija dijo que su madre ‘fue empujada al borde del suicidio y la locura’, que no quería comer y que se negaba a vivir.
La forma en que este libro nos presenta a Marie, es un ejemplo y recordatorio de lo que también es valioso y de que, hasta el más eminente ser tiene actitudes o hábitos que desearía diferentes. Una de las mujeres más trabajadoras que conocemos, que literalmente pago con su salud y su vida el producto de su gran trabajo, también puede ser reconocida por la entrega amorosa a su pareja y a su familia, el compromiso con su nación y la sociedad, o el valor que daba a la actividad física o a las letras; actividades que combinaba con su brillante carrera científica.
Adentrarnos en la vida de Curie de la mano de las vivencias de la propia Rosa Montero, es la forma en que este libro nos cautiva. La autora confiesa haber abordado la biografía de Curie derivado de una coincidencia: la muerte de su esposo, por lo que esta es también una lectura para quien está viviendo un duelo, sea amoroso o de otro tipo. Conocer el duelo de la científica ayudó a la autora a sobrellevar el suyo, a indagar y acompañar el duelo de otros a través de lo que mejor y más ama hacer, escribir. El libro se hace aún más interesante con la intercalación de las vivencias de la novelista, y ese es uno de los regalos de la lectura, sentirnos identificados.
Si además de toda la belleza y relevancia de las palabras depositadas en ‘La ridícula idea de no volver a verte’, el lector necesita encontrar un libro con más contenido de la obra científica de Marie Curie, puede consultar la obra de José Manuel Sánchez Ron, “Marie Curie y su tiempo”; el libro de Sarah Dry, “Curie”; o la hermosa biografía concebida por Barbara Goldsmith, “Marie Curie, genio obsesivo”.